Mi camino de aceptación a mi condición de bipolaridad
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¿Quién eres?
Soy una mujer imperfectamente perfecta, o viceversa perfectamente imperfecta. No me considero normal. Soy una mujer de 34 años de edad y con mil historias que contar.
Viví en la oscuridad, en las tinieblas, como en una neblina constante, sin llegar a ver con claridad el tono de colores que la vida misma reflejaba en su día a día. Así mismo, viví en un mundo mágico, lleno de colores maravillosos, que hacían que mi mundo sea una verdadera felicidad.
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¿Cuándo y por qué te diagnosticaron bipolaridad?
Primero que nada, quisiera comentarles que la bipolaridad es una condición. Digo condición, porque es una enfermedad que cuando es tratada la persona está sana.
Fui diagnosticada como malcriada, mimada, oveja negra, rebelde sin causa, niño índigo, TDA (trastorno de déficit de atención), hiperactiva y deschavetada. Después fui al psiquiatra porque mi rebeldía se convirtió en altos y bajos constantes, que no explicaban mi conducta.
A los 19 años de edad fui diagnosticada como Ciclotímica, por lo que por primera vez empecé a tomar medicación, pero tuve un episodio y la dejé.
A mis 21 años de edad, después de varios acontecimientos fuera de lo normal, fui diagnosticada de bipolaridad y fue cuando empecé a tomar nuevamente la medicación. Ingresé a la Clínica Guadalupe 8 días para dejar de hacerme daño. Recuerdo claramente que antes de ser ingresada, tras varios intentos de ser sanada y de tomar en serio mi enfermedad, tomaba medicación, y hacía todo lo que las contraindicaciones no me permitían.
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¿Cómo era tu día a día?
Sufría mucho, no entendía todos estos cambios bruscos y mi falta de responsabilidad, así que desesperada acudí a donde mis papás que siempre me castigaron. Fui maltratada por ellos desde niña, el ser “malcriada”, “rebelde sin causa” hizo que mis papás, por ignorar mi enfermedad, me maltraten física y mentalmente.
Ya no era “normal”, no podía decir a nadie que me habían diagnosticado bipolaridad, me decían que nadie podía enterarse, que me iban a juzgar, me hacían sentir un bicho raro, pues no podía ser yo, eso me llevó a una inseguridad en la que ni yo misma me reconocía.
No sabía quién era, no sabía para qué estaba en este mundo, me torturaba haciéndome películas, pensaba que no era digna de ser amada o de vivir.
Cuando salí de la clínica, salí feliz, pues la medicación hizo efecto en mí. Fui nuevamente a vivir con mis papás, pero necesitaba salir y sentir que encajaba en la realidad.
Dejé la medicación, y me dediqué a vivir nuevamente sola sin rumbo fijo, sobreviviendo, me sentía incomprendida. En dónde encontraba comprensión normalmente, no eran los mejores ambientes, porque para la gente normal yo era vista como bicho raro, como nos tacha la sociedad.
No era estable en los estudios, pasé por casi todas las universidades. Me encantaba jugar vóley, pasaba horas de horas en la cancha y faltando a clases. Podía ser la mejor alumna o la peor, nada era medias tintas conmigo, o todo o nada.
Fue ahí, cuando ya había perdido nuevamente el semestre, que mis papás por ignorancia me metieron en un centro de rehabilitación clandestino. Eso es un tema tan largo de contar, que lo puedo traducir en pocas palabras, “un trauma que jamás olvidaré”.
Todo esto se volvió inmanejable, y, con tantos pensamientos suicidas, un día desesperado me subí en el auto de mi hermano y le dije: “no me bajo del carro sin que me lleves al psiquiatra, sin cita alguna, porque si no me llevas a donde mi doctor, voy a morirme”. Sabía que estaba a punto de cometer un crimen, matarme.
Mi enfermedad se estaba apoderando aún más de mi cerebro. Lo peor de todo es que cuando uno tiene una enfermedad como tal, no se nota, porque el cuerpo está sano y nadie puede ver que el cerebro está completamente desajustado. Salí de ahí sin siquiera recordar lo que hablé, a comprar la medicación y empecé sola mi tratamiento.
Decidí hablar nuevamente con mis papás, que para colmo siempre estaba peleada y distanciada de ellos, era la vergüenza de la familia. De esa manera fue como les comenté que no había duda que yo tenía bipolaridad.
Mi vida era invivible, ya no podía más, no sabía qué pasaba conmigo, mi alegría desbordante, mi inteligencia a tope, y después mi tristeza, la oscuridad, sin siquiera poder pensar. No podía mantener relaciones sanas, y aún con las tóxicas, yo era tóxica.
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¿Cuál fue tu proceso de recuperación?
Una amiga del colegio que tanto me quiere y yo a ella, me recomendó años atrás acudir donde mi actual médico, un gran psiquiatra. Le conté mi vida lo más concreto posible en una hora, y me medicó, pero la medicina iba a hacer efecto en dos semanas mínimo. Así que 4 días después decidí quitarme la vida.
Me tomé más de 120 pastillas, hice un grupo en mi WhatsApp en donde el nombre era “ADIÓS”. Dediqué una canción de despedida a mi familia, todos estaban lejos, sabía que no había marcha atrás y así fue que terminé despertándome difícilmente en el Hospital de los Valles, luchando por mi vida.
Fue tan duro abrir los ojos, después de un lavado intestinal, a punto de ser trasladada a cuidados intensivos, al borde de un paro respiratorio, que me desperté con la voz de mi hermano desesperado, diciéndome: “ñañita, abra los ojos, está bien, estamos en el hospital”.
Así que Dios me dio una oportunidad de vivir y me levanté. Mi ñaño me dijo al oído susurrándome “levántese y vámonos”. No recuerdo cómo llegué al carro, mi ñaño había firmado un papel que certificaba que él se hacía cargo de mí, y si yo me moría era su culpa.
Me puso tres condiciones, la primera nunca más atentar contra mi vida, la segunda darle el celular y por último irme a vivir en la hacienda con él. Todo asentí y así fue, al siguiente día me fui al mejor centro de recuperación, el campo, la naturaleza, y la compañía del mejor, mi ñaño, al cual mi mejor amiga y yo le pusimos de sobrenombre “director del centro”. Llamé a mi doctor y él me puso las mismas condiciones, me dijo que si yo atentaba contra mi vida él no iba a tratarme y me quedaría sola.
Así que empecé mi tratamiento tal cual él me envió. Fue en ese entonces, que decidí hacerle caso, a sanarme, a que no esté en bipolaridad, a que tenga una condición como cualquier otra y estar sana.
Ya es un poquito más de un año que estoy sana, que me di cuenta de que hacer caso al mejor médico que puedo tener y a mis dos hermanos, mi novio, mi mejor amiga y pocos buenos amigos, he podido salir adelante.
Es importantísimo tener un buen médico, pero lo más importante de todo es hacer caso a las indicaciones que él nos manda. Así como una persona que está mal del corazón y va donde el cardiólogo a que lo atienda para que le recete bien y pueda vivir una vida buena, nosotros debemos acudir a un psiquiatra y hacer todo lo que él nos dice. Ir a un psiquiatra no es malo, por eso ellos estudian tanto, para sanar estas condiciones de la mente.
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¿Hubo alguna etapa de negación? ¿Cómo la afrontaste?
No hubo una, fueron muchas, tantas que cada vez que estaba bien diagnosticada, bien medicada, y por A o B entraba en crisis todo se volvía negro y en lugar de avanzar era como retroceder no tres pasos sino mil hacia atrás.
Era muy difícil afrontar la negación, porque decía que yo soy sana sin tomar medicación, y haciendo todo lo que las contraindicaciones decían. Tuve que tocar fondo para darme cuenta que la negación no hacía más que hundirme y tenía que regresar a la realidad.
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¿Cuáles son tus motivaciones para seguir adelante?
Motivaciones me sobran, pero puedo mencionar algunas.
- Inspirar a personas que tengan esta condición de una u otra forma para que sepan que la bipolaridad es una condición, que no es una enfermedad catastrófica. Sí puede serlo si no es bien tratada, pero si es bien tratada, estamos sanos.
- Busco que poco a poco la sociedad deje de pensar que ir a un psiquiatra es de locos, es de gente que tiene alguna condición en el cerebro que puede ser sanada. Deseo que la gente con condiciones no se esconda, que se dé cuenta de que vivir en salud es hermoso.
- Motivar a la gente a tener buenos hábitos, hacer ejercicio, comer bien y tomar la medicación día a día sin dejarla porque sin eso no van a encontrar la salud.
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¿Tienes alguna rutina que te ayude a tener bienestar emocional?
Para mí, el ejercicio es una de las mejores rutinas. Lo hago día a día, pues siempre dicen que cuerpo sano, mente sana.
No solo hacer ejercicio es importante, es comer bien, es cuidar el cuerpo, alimentarse de un buen libro, de una buena serie.
Compartir con gente sana, que nos sume, y alejarse de gente que no se le puede juzgar pero que nos puede llevar a caer en un abismo. Es fácil ser la persona que jala hacia abajo, y cuando te juntas con las que te dan la mano para que no te caigas es importante valorarlas porque esas personas son las que te quieren ver sana.
Una persona enferma no puede brindarte salud, una persona sana sí.
Así que dentro de mi rutina no solo está el ejercicio, está alimentarse bien no solo de comida sana, sino de relaciones interpersonales sana.
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¿Qué consejo le darías a una persona con bipolaridad o enfermedades similares? ¿Y a sus familias?
Nunca juzguen a una persona enferma, así como alguien que tenga cualquier enfermedad que se le note por fuera, los que tenemos condiciones que son de la mente y no se ve necesitamos ayuda.
Esta enfermedad se presenta por comportamientos, no necesitamos ser juzgados, necesitamos contención y amor.
Necesitamos aceptar que no somos locos, que tenemos una condición, que leer acerca de enfermedades en páginas de internet no está bien, porque la información que puede proporcionarnos puede aterrorizarnos. Muchas veces en páginas basura y mal informadas, nos acaban a personas que tenemos condiciones, y en lugar de darnos esperanza nos hunden más.
Recomiendo que todas las personas que nos rodeen, vayan a terapia, porque no solo el que tiene la condición en enfermedad necesita ayuda, los familiares y amigos cercanos también lo necesitan, así es mucho más manejable esta condición.
Por mi propia experiencia, estoy sana, pero siempre tengo que estar alerta, porque como cualquier enfermedad hay crisis, y puede haber una descompensación y de esa manera quienes nos rodean pueden ayudarnos para que no caigamos nuevamente en enfermedad.