Fortalezas del “sexo débil”
La apreciación tradicional del sexo femenino como “débil” es injusta. Hablar de debilidad supone la carencia de fuerza o la existencia de impedimentos para alcanzar objetivos, algo que evidentemente no ocurre con las mujeres. El sexo femenino ha alcanzado actualmente logros inimaginables hace solo dos siglos atrás.
Esta concepción tradicional podría justificarse, quizá, por la estructura física del cuerpo femenino, normalmente más frágil que la del sexo masculino. Sin embargo, esto es un sin sentido si pensamos, por ejemplo, en aquellas mujeres de las áreas rurales que combaten diariamente con faenas que requieren mucha fuerza, o en la facilidad de la mujer para adaptarse a los cambios del cuerpo consecuencia de un embarazo. Resulta aún más irrisorio cuando pensamos en las medallistas olímpicas Neisi Dajomes o Tamara Salazar cuya fuerza -pero sobre todo su esfuerzo- ha llenado de orgullo al pueblo ecuatoriano.
El calificativo de “sexo débil” parecería entonces ser percibido como consecuencia de una especial situación de vulnerabilidad. Pero aún en ese caso cabe preguntar qué convierte a la mujer en un ser vulnerable. El que la mujer haya sido marginada por factores sociales no implica que no cuente con las habilidades para desarrollarse plenamente y participar en el proceso social con normalidad. Eso es simplemente una injusticia social.
Por el contrario, la experiencia de los últimos años nos ha demostrado otra cara de la feminidad. Hoy, encontramos mujeres maravillosas que se desempeñan con una habilidad admirable en todo ámbito político, social, cultural, deportivo, familiar y demás. La lucha histórica de la mujer por el reconocimiento de su dignidad como personas y la protección de sus derechos son la prueba más evidente de su fortaleza.
Hombres y mujeres tienen las mismas capacidades y potencialidades y es justo que tengan las mismas oportunidades. El esfuerzo social debe estar dirigido a la eliminación de barreras y estereotipos que permitan a unos y otros desarrollarse plenamente. La gran revolución del mundo consistirá, quizá, en que el hombre y la mujer, liberados de todos los sentimientos erróneos y de todas las desganas, no se buscarán como opuestos sino como hermanos y vecinos, y se realizarán juntos como personas (Rilke).
El derecho a la igualdad y no discriminación no puede partir de la premisa de que el sexo femenino tiene derechos diferentes o preferentes. A iguales capacidades, iguales oportunidades. El esfuerzo debe estar dirigido a eliminar los techos que se imponen a las mujeres y eliminar los escenarios de la lucha por el poder.
El único espacio reservado exclusivamente para la mujer es la maternidad. Aún en ese caso, no puede haber maternidad sin la participación del hombre, antes, durante y después del parto. Sin embargo, lo propio podría decirse de la paternidad. La maternidad y paternidad son fundamentales para la crianza más completa de todo ser humano. Y es fundamental la complementariedad de roles en uno y otro caso.
“Débil” es aquel que no puede sobrepasar muros. Y nadie ha nacido para estar encasillado en el marco de lo que la sociedad califique como productivo, útil, bueno o prudente. Cada espacio abierto para la mujer es un avance hacia una sociedad más justa. Estamos llamados explotar al máximo las capacidades del sexo femenino, sexo fuerte que ha sido llamado a hacer grandes aportes para la familia, la empresa, la política y para la sociedad en general.
María de Lourdes Maldonado
Nacida en Quito, el 5 de junio de 1977. Estudio en el colegio Cardinal Spellman Girls School hasta tercer Curso, y curso el bachillerato en el Centro Educativo Tomas Moro. Se graduó de abogada en la Pontificia Universidad Católica de Ecuador y realizó sus estudios de Posgrado en España, donde obtuvo el título de Master en Derecho de los Negocios en la Universidad Francisco De Vitoria, con el auspicio del Colegio de Abogados de Madrid. Es arbitra del Centro de Arbitraje de la Cámara de Comercio de Quito. Casada y tiene 4 hijos.