Bebé en el cielo
Era el 27 de agosto de 2020, el día de nuestro tan esperado control del primer trimestre. Al fin iba a poder contarle al mundo que Baby #2 venía en camino. Ya teníamos planificado cómo avisar la llegada de nuestro pequeñito… Pero Dios tenía otros planes.
Una vez en la ecografía, con mucha emoción veíamos el monitor esperando ver su carita y sus movimientos.. Cuando el doctor, con un gesto que mostraba que algo no andaba bien, dijo una de las frases que cambió mi vida y que nunca olvidaré: “Danielita.… no hay latido”
Con esas 4 palabras, sentí que el mundo se me detuvo por unos segundos. ¿Cómo no iba a haber latido? Si había tenido un embarazo “completamente normal”, tomaba mis vitaminas, hacía ejercicio, mantenía una alimentación saludable, y un sinnúmero de razones que daban vuelta por mi mente. No había tenido ningún síntoma o estrago de haberlo “perdido”.
Mi cabeza, bastante incrédula, le pidió al doctor que verifique lo que está diciendo porque “no era posible”. A lo que él nuevamente respondió, “no hay latido… el bebé ya no tiene vida”. Y pacientemente me fue explicando en el monitor algunas cosas, mientras mi mente se quedó en blanco.
Empieza el dolor
Mi esposo me cogió la mano y me miró con esa mirada de amor y complicidad, que dice más que cualquier palabra. Cuando salimos del consultorio, ninguno de los dos podía decir nada, solo nos abrazamos y caminamos de la mano, apretándola fuerte. Nadie nunca nos había preparado para esto.
Había escuchado que algunas mujeres, incluso familiares o amigas, habían perdido a su bebé en el vientre y en mi desconocimiento del tema, en su momento, solo pensaba “Ojalá tenga otro pronto”. ¡Qué equivocada estaba! Vivirlo ha sido uno de los momentos más duros de mi vida, y a la vez de mayor aprendizaje.
Perder a un hijo duele, incluso cuando aún no lo conociste. Perder a un hijo duele, ya sea dentro del vientre, recién nacido, o a cualquier edad. Perder a un hijo es un duelo, que debe ser vivido, acompañado y respetado.
Vivir el duelo
Esa noche, mientras tomaba una ducha, llorando e intentando entender qué había pasado, de pronto escuché una vocecita dentro de mi cabeza (pudo haber sido mi propia conciencia, mi voz interior, o Diosito que se las ingenia para mandarnos mensajes)… Esa voz me dijo:
- “Mamá no llores, yo estoy bien”…
- Yo me sorprendí y le contesté:
- “Pero te extraño”, porque aunque su pequeño cuerpecito aún estaba dentro de mi vientre, sentía un vacío enorme en mi alma y corazón. Y lo empecé a extrañar desde que escuché esas 4 palabras que dijo el doctor).
- La vocecita me dijo:
- “Pero siempre voy a estar contigo”
- Y entonces le pregunté:
- “¿Y cómo te llamas?”
- A lo que esta vocecita me respondió:
- “Rafael”…
Me quedé muy sorprendida porque, además de que no sabía si era niño o niña, el nombre Rafael, nunca había estado entre la lista de opciones que habíamos pensado con mi esposo. Por lo que me llamó mucho la atención la naturalidad con la que la vocecita me respondió.
Salí lo más rápido que pude de la ducha, para buscar en internet el significado del nombre Rafael, y lo primero que me salió en Google fue: “Dios todo lo cura”
En ese momento y aún con muchas lágrimas en los ojos, entendí que sólo Dios tenía las respuestas y el poder de aliviar nuestro dolor.
Buscando la curación en Dios
Días después tuve una intervención para poder sacar al bebé, ya que, en mi caso, aunque mi pequeño Rafael ya había dejado de crecer y su corazoncito se había detenido hace algunos días, la placenta y el cordón umbilical, aún tenía signos vitales, por lo que mi cuerpo no era consciente de que el embarazo había concluido.
Mientras estaba en el quirófano, empecé a orar y dirigiéndome a Dios le pregunté ¿Para qué tenía que vivir esta experiencia tan dolorosa? ¿Qué debía aprender de esto?… La respuesta vino natural: “Honrar la vida de los bebés no nacidos acompañando a quien haya atravesado por situaciones similares y ordenar las prioridades de mi vida”
El paso de Rafael, aunque muy fugaz, cambió completamente mi perspectiva. Viví en carne propia lo invisibilizados y poco respetados que están los bebés en el vientre. La pérdida gestacional, al ser muy común, se ha vuelto simplemente una estadística.
Estamos poco preparados
Existen pocos protocolos médicos al respecto; no se les puede dar una cristiana sepultura porque no tienen acta de nacimiento ni de defunción; y la sociedad en general, minimiza el duelo que viven las familias que hemos atravesado por esta situación, con pensamientos y frases como las que yo tenía antes de vivirlo: “Ohh.. ojalá venga otro pronto”, “Aún estás joven”, “Al menos ya tienes uno”, “Seguro venía con alguna enfermedad”, “Pero ni lo conociste”, “No eres la primera ni la última”, “Dios sabe cómo hace las cosas”.
Y aunque puede ser que todas estás frases sean ciertas, vengan con mucho amor y con la mejor intención, una familia en duelo, lo único que necesita es saber que puede vivir su dolor sin ser juzgado, y con el apoyo de su familia. La muerte de un hijo en el vientre, deja un profundo dolor en el fondo del corazón, como la muerte de cualquier familiar que haya nacido y es un duelo que merece ser vivido, respetado, acompañado y honrado.
Mi pequeño Rafael vino para cambiar mi vida y sobre todo para enseñarme que aunque existan muchas preguntas sin resolver, Dios es siempre la respuesta.
Ahora soy psicóloga voluntaria en la Fundación Abrazando Esperanzas, cuya principal misión es dar sostén y acompañamiento en casos de duelo gestacional, perinatal y neonatal, y casos de morbilidad materna-infantil.
Me siento muy agradecida y afortunada, porque aunque su partida dejó un hueco irremplazable en mi familia, sabemos que ahora tenemos un angelito que aprendió a volar antes de caminar.