El camino hacia mi recuperación después de un trastorno de alimentación
Empecemos desde el inicio: soy bulímica en recuperación. ¿Por qué digo esto? Porque puedo tener recaídas, y estoy consciente que es un proceso de salida hacia mis problemas. Aunque alguna vez tenga deterioros, no los veo como fracaso: son parte importante del aprendizaje para superar el trastorno.
Soy diseñadora de interiores, me encanta y me apasiona mi trabajo. Estudié en un colegio católico y exclusivo de mujeres, donde me enseñaron muchos valores, pero a la vez al estar rodeada solo de compañeras me comparaba y buscaba la perfección.
¿Cuándo fui consciente de mi cuerpo?
A los trece años, estaba pasando por un momento familiar duro. Mi tío sufrió cáncer terminal de esófago. Yo era tímida y muy perfeccionista. No sabía manejar emociones, ni enfrentar o solucionar los problemas.
Quería tener todo dominado, no podía controlar la frustración que se concentraba al perder a alguien tan importante para mí.
Lo único que en ese momento me tranquilizaba, y me desviaba esa pena era alimentarme. Aunque no sabía todas las consecuencias y dolores que me traería en un futuro.
¿Pasos para aceptar el trastorno?
Hace tres años, cuando tenía veinticuatro, se desató todo. Era muy duro lo que vivía, estaba atravesando por una ruptura sentimental.
No entendía qué me pasaba, ¿Por qué actuaba de cierta manera? ¿Por qué a mí? ¿Dónde está Dios? ¿Por qué si existe un ser Supremo, ha permitido que sufra situaciones tan dolorosas?
No podía dormir, el insomnio era mi compañero, las pesadillas frecuentes, no encontraba la fuerza para levantarme de la cama.
Amo mi trabajo, sin embargo, no podía concentrarme ni tenía ganas de laborar. Me aislé de mis amigos, de mi familia, de todos los que se preocupaban por mí. Lo único que me hacía sentir mejor era vomitar.
Tenía conductas autodestructivas, me lamentaba y me culpaba por todo lo que había pasado. No entendía, ¿por qué no podía ser feliz, por qué me encontraba con gente mala?
Podría decir que durante muchos años dejé de creer en la Divinidad. Ya que solo me habían enseñado que tenía que temer a Dios, a ser perfecta para cumplir con las expectativas de la sociedad. A ser una buena hija, una buena estudiante, una buena hermana. En definitiva, a ser “digna”.
Empieza el cambio
En marzo del 2018, estaba desesperada, no quería vivir. Experimenté pensamientos suicidas. Tuve una pesadilla en la que una sombra negra se apoderaba de mi alma. Después de unos días, conocí a una persona que me dijo de frente que yo era bulímica.
Estoy segura de que fue Dios quien me la mandó. Tanto mi salud mental como física estaban muy deterioradas. Necesitaba ayuda e intuía que sola no iba a lograrlo. En ese entonces yo vomitaba después de cada comida, me sentía débil y cansada. No tenía con quién abrirme y explicarle todo, no encontraba forma de pedir ayuda, tenía miedo de acudir a mi familia y mis amigos cercanos.
Sabía que, al explicar mi trastorno de alimentación, mucha gente me iba a juzgar. Hasta el día de hoy no entiendo cómo he podido tener la valentía de hablar y contar sobre mi enfermedad. Sé que Dios me mandó esto por un propósito.
Nunca estuve flaca porque la bulimia me consumía y me quitaba la libertad.
Subía y bajaba de peso. Me imponía dietas y metas inalcanzables. Me media y pasaba por la báscula todos los días. Iba al gimnasio y trataba siempre de poner más peso para estar más tonificada. Yo odiaba mis piernas, mis caderas, mis brazos, mi papada, mis cachetes, mi abdomen.
Llegó el momento, no podía más. Las cosas fueron impresionantes. Al día siguiente de pedir ayuda, mi familia encontró personas especializadas en trastornos de alimentación. Hoy agradezco a Dios y a los míos sus desvelos. También a los amigos que estuvieron cerca en mi recuperación.
Fue un proceso muy difícil. Sentía que nadie me podía comprender.
Yo mismo no me entendía, y me hacía estas preguntas cómo ¿Por qué si mis papás me dieron todo, nunca me faltó lo más mínimo, tuve la mejor educación, por qué si no me paso nada grave en la infancia soy bulímica?
Cuando las cosas iban mal, empezaron los problemas físicos: se me caía el cabello, desarrollé gastritis. La verdad, el dolor era insoportable. En esa época me hicieron exámenes y encontraron que tenía esofagitis grado D (es una de las etapas en donde se lastima tanto que el tejido se empieza a dañar y puede terminar en un cáncer de esófago).
¿Qué me motivaba a comer en exceso?
La ansiedad, la tristeza, el dolor, el estrés. Pero sobre todo mi baja autoestima: sentía que era poca cosa, que no era suficiente para alguien más. Cuando había peleas o problemas me daba mucha ansiedad y necesitaba comer para estar mejor.
Después, venían los pensamientos de culpa, y vomitaba para no sentirlos. Luego se repetía el periodo de restricción y ayuno. Exigirme dietas, tomar jugos, comprar pastillas adelgazantes, gotitas para quitar el hambre, sopas milagrosas, dejar de desayunar, hacer más ejercicio, ingerir menos porciones, no comer azúcar.
Era un círculo vicioso, y no me daba cuenta de que se afectaban todas las áreas de mi vida. Me aislaba y solía ser de pocos amigos. No existía el gris, o era blanco o era negro.
¿Cómo pasé de ser bulímica a anoréxica en medio de la pandemia?
Cuando estaba en el periodo de anorexia pensaba que, si bajaba de peso me iban a querer más, iba a ser más exitosa. Muchas veces me comparaba con las anoréxicas y las admiraba porque ellas si lograban ser flacas. Mientras que yo, por más dietas que hacía, no podía controlarme con la comida. Jamás imaginé que el estar desnutrida me iba a llevar a tocar fondo. Me costaba alimentarme, no podía terminar un simple plato, me producía ansiedad el que me obliguen a comer.
Solo hasta el día que acabé en el hospital me di cuenta de que tenía que parar con esto. Que si yo no ponía de parte nadie me iba a poder ayudar. Que quizás ya no iba a ver una próxima vez.
Dios me dio la oportunidad de seguir viviendo y tenía que cambiar mi forma de comportarme, que hasta el momento lo único que me causaba era mucho dolor, lastimarme y hacer daño a las personas que me aman.
Consejo de fondo
No dejen pasar tanto tiempo para implorar ayuda, los trastornos de alimentación son más comunes de lo que pensamos. Me demoré más de una década en reconocerlo. Voy tres años en terapia y vivo un día a la vez. Fue fundamental tener fe y creer en Dios para recuperarme del TCA.
Darme cuenta de que mi Creador no es castigador, sino a un Padre amoroso y que está a diario presentándose en situaciones que antes no me daba cuenta. Soy muy bendecida y hoy le agradezco por cada día de mi vida.
Pamela Daza
Tengo 27 años, soy diseñadora de interiores graduada en la Universidad San Francisco de Quito, realicé un máster en Arquitectura Interior y Diseño en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Soy creativa, y apasionada por mi trabajo. Me encantan los detalles y cumplir con las necesidades de mis clientes. Me gusta y tengo mucha paciencia para enseñar, tuve la oportunidad de ser asistente de cátedra en la Universidad.